La historia de las grandes figuras de la música está llena de sus excentricidades.
Peticiones absurdas para el camerino, lujos inconcebibles para cualquier mortal, comportamientos extraños...
Pero no creáis que esto es nuevo.
Ni tampoco es exclusivo de las estrellas del rock.
Más allá de las veleidades exageradas que películas como "Amadeus" nos han mostrado, los músicos de la época "clásica" tuvieron, a veces, vidas dignas de las rock stars.
Paganini, por ejemplo, causaba furores entre sus enloquecidos fans.
Lo de Glenn Gould es algo más complejo.
En 1962, el público del Carnegie Hall asistió boquiabierto a un extraño espectáculo.
Para empezar: el intérprete iba vestido casi como un vagabundo: mitones, abrigo y bufanda.
Y llevaba consigo su propia silla: una desvencijada con las patas cortadas.
Parecía casi una broma.
Lo que pasó momentos antes también había parecido una extraña broma pesada: el director subió a explicar que lo que iban a escuchar no era nada ortodoxo.
Era un aviso extraño para alguien que no solía hablar antes de un concierto. Y no era un cualquiera.
Era Leonard Bernstein.
Bernstein les avisó que lo que iban a ver a él no le parecía correcto.
Pero a la vez que debían verlo. Porque era algo prodigioso.
Era un aviso extraño y que pudo desconcertar a quien no conociera al intérprete.
Y entonces aquel intérprete sube al escenario.
Y algo pasa.
Lo más llamativo no es ni siquiera lo de esa silla vieja, que le obliga a tocar casi encorvado sobre las teclas.
O que se atreva a canturrear las notas de ese concierto de Brahms mientras lo toca.
Todo eso es raro pero no es lo más extraño que hace.
Es como toca lo que toca.
Porque lo que Glenn Herbert Gould, hacía, más que interpretar era reinterpretar.
Cuanto toca a Bramhs (o a Bach, como aquí), no le hace de forma academicista.
Inventa dinámicas que no están en la partitura. Sube o baja el tempo a su gusto.
Es SU Bach.
Y eso no le gusta a mucha gente. A otras les encanta. No hay un término medio: hay quien adora esa forma de enfrentarse a la música. Hay quien la odia.
Y es lógico que no haya término medio, porque para hacer eso no puede haberlo.
O eres un genio.
O te crees que lo eres.
Glenn Gould nació en Toronto, Canadá en 1932. Lo de la música le venía de familia: un abuelo suyo era primo de Edvard Grieg.
Pero no fue eso lo que le llevó a las teclas. Sería su madre, Florence, profesora de piano, la que vio que su hijo tenía un don.
Y desde muy pequeño.
Se dice -aunque con los genios hay que tener cuidado de quién lo dice y porqué- que aprendió a leer las partituras antes que las palabras.
Puede que sea cierto.
La verdad es que jamás las necesitó mucho.
Tenía una memoria absoluta y se aprendía obras complejas con facilidad.
Con diez años, su madre ya no tenía nada más que enseñarle y le buscan un profesor más capacitado, el pianista chileno Alberto García Guerrero.
Pronto también superaría a su nuevo maestro.
Con 15 años toca con la Sinfónica de Toronto el 4º Concierto para piano de Beethoven.
Su fama trascendió pronto más allá de su país natal y con 23 años debuta en Nueva York.
El mundo de la música asiste, atónito, al genio de un joven que se atreve con las obras más difíciles de los clásicos sin inmutarse.
Y también, para algunos, sin tenerles ningún respeto.
Sus peculiaridades iban más allá de lo anecdótico: su imagen personal, descuidada y desaliñada, choca a los puristas que ven como prescinde de las indicaciones de los compositores.
Su actitud es más propia de un músico de jazz o de una estrella del rock, cuando este ni existía.
Durante los conciertos, no solo tarareaba las notas que iba tocando: también se descalzaba para sentirse más a gusto.
Siempre iba acompañado de su inseparable silla con las patas recortadas, que le había hecho su padre y que le hacía adoptar su extraña postura frente al piano.
Y no era raro que suspendiera un concierto si presentía que no iba a poder alcanzar la excelencia que sabía que podía ofrecer.
Lo de los guantes, incluso en verano, era otra excentricidad llamativa, que le llevaba hasta el punto de bañarse con unos largos guantes de látex.
Pero para él no eran excentricidades, y eso es importante.
El lo razonaba con una lógica aplastante: sus manos eran su instrumento de trabajo. Debía cuidarlas, como el valioso tesoro que sabía que eran.
Solo las desnudaba para tocar, y poniéndolas en remojo un largo rato.
Los conciertos de Glenn Gould, durante el tiempo que los dio, tuvieron tantos defensores como detractores.
Y digo lo de durante el tiempo que los dio porque dos años después de lo del Carnegie Hall, decidió no dar más.
De forma radical, anunció que "el concierto ha muerto".
Maravillado por las opciones de las tecnologías de grabación, Glenn se volcó en grabar en estudio no volviendo a pisar una sala de conciertos nunca más.
Decenas de grabaciones donde podemos oírle cantar y respirar mientras toca.
Solo repetiría una: las Variaciones Goldberg.
En 1982, con apenas cincuenta años, Glenn Gould falleció por una hemorragia cerebral.
Fue precisamente poco después de haber grabado esa segunda versión de las Variaciones Goldberg de Bach, el compositor que más fama le daría, junto a Shostakovich.
Sus últimos años, además de las grabaciones, estuvieron llenos de actividad, como director de una agrupación de cámara, o transcribiendo diversas obras orquestales que admiraba para el piano.
Y haciendo mucha didáctica musical en programas televisivos.
Hoy sabemos que puede que Glenn tuviera Síndrome de Asperger.
Son personas con una forma de relacionarse con el mundo diferente, sobre todo a nivel social y que están marcados por la creencia, como en otras neurodivergencias, de tener un talento inusitado en campos concretos.
Aunque lo correcto no es seguir usando ese término, sino Trastorno del Espectro Autista.
Y lo de esta habilidad especial para tareas matemáticas o artísticas es una leyenda urbana que lastra la visión que tenemos de estas personas.
Incluso convirtiéndolas, en sus apariciones en la cultura popular, en la típica caricatura del "genio loco".
Lo curioso es que Glenn Gould no se veía a sí mismo como alguien excéntrico.
Pero a día de hoy, como dije al principio, sus interpretaciones de Bach siguen trayendo debate entre los amantes de la música, ya sean entre forofos de su genio o detractores de su idiosincrasia.
Puede gustarte o no, pero creo que la clave para saber si era o no un genio es justamente esa.
Con él, no hay medias tintas.
O te gusta o lo odias.
Y yo espero que te haya gustado este hilo. Si es así, ¿lo compartes?
https://mastodon.social/@LaHistorietaMusical/112741580798631739
Las fotos han salido de Wikipedia Commons, Discogs, LIFE, Glenn Gould State Gallery y El Confidencial.
Están descritas y acreditadas en el texto alternativo.
Los videos insertos incluyen obras de Brahms (Concierto 1º para piano), Schoenberg (suite opus 25) y por supuesto, Bach (BWV 826).
Ya sabéis que cada semana tenéis un nuevo hilo de #LaHistorietaMusical.
Pero también escribo en otros sitios, no siempre de música: a veces de libros, propios o ajenos.
Los tenéis todos en:
Yo me despido hasta la semana que viene, que habrá un nuevo hilo. Ya solo quedan uno para acabar esta temporada. 🥹
Mientras, os dejo con mi consejo habitual: nunca dejéis de escuchar música.
Es lo mejor que podéis hacer. 😉
